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El cuarteto para el fin de los tiempos y nuestro viaje al pasado

Por: Carla Corina Palacios Klinger

 

El público comenzaba a pasar a bordo a las 6:30 p.m., pero el taco de la hora pico en Medellín no nos permitió llegar a tiempo a la sala. 20 minutos después de la hora de embarque apenas estábamos arribando los tres reporteros a la Universidad de Antioquia y perdidos en esta ciudadela, tuvimos que recurrir al método de ‘preguntar por ahí’:

 

- Hola ¿amigo tú sabes de aquí cómo salimos al Camilo Torres?

 

- Mira tú caminaj hajta el final de ejte bloque, volteaj a la ijquiedda y por ahí vej una fuente,  en frente queda el Camilo.

 

Continuamos caminando a velocidad de marcha atlética mientras reíamos de cómo los colombianos somos tan poco acertados para dar indicaciones. Ya eran las 6:55 de la tarde y no habíamos dado con el teatro, así que tocó volver a preguntar:

 

- Buenas noches ¿cómo llegamos al Camilo Torres?

 

- Vea sigue por aquí derecho… No ¿mejor sabe qué? Vengan yo los llevo.

 

Caminamos detrás de nuestro guía mientras él saludaba a todo el que se encontraba por ahí y finalmente a las 6:59 p.m. estábamos abordando para iniciar nuestro viaje en el tiempo.

 

En ese momento estaban culminando una introducción de lo que era la presentación y de quienes estaban involucrados en ella y a las 7:00 p.m. comenzaría el recorrido:

 

7 Coreógrafos, 12 bailarines, 3 actores y 4 músicos de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia, en conmemoración a los 10 años de la Licenciatura en Danza de esta institución  y para celebrar el día internacional de la danza, que fue el pasado miércoles 29 de abril, se aventuraron a sumergir al público  en un viaje en el tiempo, durante las dos noches del 29 y del jueves 30 de abril, con destino al año 1941.

 

El trayecto fue desde el Teatro Camilo Torres en la ciudad de Medellín, Colombia hasta el Campo de Prisioneros Stalag VIII-A, en Görlitz, Alemania. Lugar donde el organista, ornitólogo y compositor francés, Olivier Messiaen, se encontraba encarcelado como víctima de la Segunda Guerra Mundial y donde a su vez compuso la que sería una de las obras más grandes de la música clásica europea del siglo XX: El cuarteto para el fin de los tiempos.

 

Esta maravillosa pieza musical fue interpretada por primera vez el 15 de enero de 1941, ante cinco mil prisioneros de guerra, con Messiaen al piano y otros tres músicos que él conoció en prisión y para los cuales estaba escrita inicialmente la obra: Jean le Boulaire (violín), Henri Akoka (clarinete) y Étienne Pasquier (chelo). 

 

En remplazo de los anteriores artistas, la composición fue revivida el pasado 29 y 30 de abril, por Clara Rojas (violín), Elizabeth Isaza (clarinete), Tatiana Pérez (chelo) y Lise Frank (piano), pero esta vez no se quedó en notas musicales, sino que fue llevada a la escena en una magistral obra de danza contemporánea, que permitió a los espectadores aterrarse de la muerte y una vez más dimensionar las atrocidades de la guerra.

 

El despegue y el vuelo

 

Las tablas se inundaron de belleza. Por una parte estaban las armoniosas notas musicales que llenaban todo el espacio y deleitaban los oídos del público y por otro lado, los impresionantes cuerpos de los bailarines y actores que colmaban la escena y anonadaban la vista, todo lo cual nos empezó a elevar por los aires.

 

Eran unas esculturas de seres humanos las que habitaban ese escenario. A los intérpretes se les marcaba cada músculo que existe y que no, en cada uno de los movimientos que realizaban. Y más allá de ser cuerpos esbeltos y tonificados, aunque muy diferentes entre sí, lo que cautivaba de estos cuerpos era esa gracia que permitía sentir la guerra en cada movimiento, sentir el sufrimiento, el dolor, pero también la ira, la sevicia y la bajeza humana; lo impactante de todo esto era la manera en que los artistas te hacían cuestionarte sobre qué se sentiría estar en el Holocausto.

 

Fueron aproximadamente 45 minutos de vuelo, durante los cuales tuvimos ascensos y descensos emocionales que mantuvieron nuestra atención anclada a la obra permanentemente. Pasábamos de la risa, a la tristeza, luego al miedo y después a la impotencia; pues dentro de esa historia general, cada cuarteto de bailarines y actores contaba una mini-historia totalmente distinta.

 

Había un acto muy particular en el que parecía que una mujer nazi castigaba a cuatro de sus prisioneros, luego estos armaban una revuelta y tomaban venganza contra ella, la amordazaban y la maltrataban, tal cual como ella lo hizo con ellos. Este evento además de lo gracioso que se veía, también nos ponía a reflexionar un poco sobre esa capacidad de hacer daño de todo ser humano, sin importar a qué bando pertenece, mostrando que a la larga no hay bando de los buenos ni bando de los malos. Y esta es sólo una de las tantas reflexiones posibles que deja la obra.

 

Por supuesto se tuvo que trabajar mucho para llegar a un espectáculo tan bien logrado. Además de los más de 5 semestres de entrenamiento actoral, dancístico y musical, este montaje solicitó una disciplina y un rigor que solo los participantes del proceso pueden comprender.

 

El proceso previo al viaje

 

María Claudia Mejía Álvarez, coreógrafa, bailarina y profesora de Danza Contemporánea, con Master en Prácticas Artísticas Contemporáneas, cuenta lo que implicó participar en un montaje como este:

 

“Lo más significativo para mí fue el experimento: éramos 7 coreógrafos, montando cada uno su pieza sin saber qué hacía el otro; teníamos 5 días de 3 horas con los 12 bailarines y cada bailarín debía saberse toda la obra en un solo puesto para que luego Luis Viana, quien es el coordinador de la Licenciatura en Danza y a su vez era el curador de todo, les asignara su papel; entonces los bailarines se sabían todos los movimientos, pero no sabían en cuál de todos les iba a tocar bailar, o sea era una locura, pero muy apasionante. Por otro lado, solo pudimos trabajar un día con los actores. Lo otro, muy difícil, es bailar con músicos en vivo, porque no todos los músicos están entrenados para tocar para bailarines y en este caso tuvimos muy corto tiempo. Para mí lo más difícil fue el corto tiempo, pero eso también es una cosa muy interesante como reto coreográfico”.

 

Para María Cristina Bedoya Abello, de 22 años, estudiante del séptimo semestre de la Licenciatura en Danza, lo más significativo fue acercarse a esa “realidad de la muerte, lo que eran los hornos en la guerra, cuando solamente salían cenizas y quedaba la ropa del papá, del abuelo, del hermano, eso fue lo que más me tocó a mí y a todos mis compañeros. Lo más difícil fue trabajar con música en vivo, era un verdadero reto porque nunca salió igual, siempre había una comunicación diferente y nos transmitían  diferente la música, entonces era muy complejo”.

 

Opinión de los pasajeros

 

El fruto de todo lo anterior, de esa entrega que coreógrafos y bailarines pusieron a este experimento, se reflejó sobre las tablas y permitió que el espectador pudiera realizar su viaje hasta la guerra, pues la opinión generalizada por parte del público fue muy positiva:

 

  • “La logística estuvo muy bien, me gustó mucho la parte plástica, los vestuarios, la música tuvo una muy buena introducción y los bailarines estuvieron muy bien”. – Catalina Zapata, bailarina y estudiante de Ingeniería Forestal en la Universidad Nacional.

 

  • “Me parece que la obra está muy bien estructurada, me gustó la idea del director general al darle una parte de la obra a diferentes directores, entonces la obra queda constituida por esos diferentes puntos de vista en cuanto a lo que es el cuarteto para el fin de los tiempos, eso me pareció interesante porque es una parte experimental, la verdad me gustó mucho”.- Antuán Campo, bailarín y estudiante de Licenciatura en Teatro de la Universidad de Antioquia.

 

  • “Son docentes de docentes dirigiendo estudiantes, por eso es tan emocionante poder ver esto después de diez años, porque es ver cómo los que pasaron por el proceso de aprendizaje ya están dirigiendo, eso me parece muy bien logrado por parte de la Licenciatura”.- Claudia López Castiblanco, docente de Historia y Teoría de la Danza en La Licenciatura en Danza de la Universidad de Antioquia.

 

Aunque por supuesto para algunos espectadores se pudo haber hecho mejor:

 

  • “La obra me pareció muy buena, las coreografías muy bonitas todas, la parte de la escenografía también. Sólo que en el momento de los cambios de vestuario y de escenografía debería estar también la carga de cómo voy a hacer los cambios de las cosas, pero en sí es una puesta en escena muy chévere” – Luisa Pineda, estudiante de Licenciatura en Teatro de la Universidad de Antioquia.

 

  • “Me gustó mucho la puesta en escena, los vestuarios, la escenografía, me parece que faltó un poquito más en la intención de los bailarines para poderle transmitir al espectador, pero en general me gustó”. – Laura Isabel Arango, estudiante de Comunicación y Lenguajes Audiovisuales en la Universidad de Medellín.

 

Como algunos de los testimonios lo mencionan, el vestuario fue algo muy llamativo dentro del performance, pues al igual que el resto de los elementos presentes (sillas, mesas y colchones), dentro de lo simple y lo sutil, jugaban un rol tan importante como el de cualquier bailarín, pues por momentos se convertían en celdas, látigos, o armas, para luego volver a ser uniformes de presidiarios, sillas o mesas. Fue cautivadora esa manera de contar la historia también a través de los objetos.

 

El aterrizaje

 

Mientras continuábamos estupefactos de tanta beldad, de todo ese arte y al mismo tiempo buscábamos obtener las opiniones de nuestros compañeros de viaje que formaban el público, una de las encargadas nos despertó del ensueño y nos recordó que todo había acabado:

 

- “Señores qué pena con ustedes pero es que ya están cerrando el teatro y necesitamos que evacúen”.

 

Y así regresamos al 2015 y buscamos el transporte para ir a nuestros hogares.

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