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Tíbiri Tábara: el sabor de la salsa

                 El nombre del Tíbiri Tábara fue puesto por Tito Montoya, su primer dueño, quien también fundó la orquesta Pachanga y son

 

En un sótano ubicado sobre la carrera 70 con la calle 43 de la ciudad de Medellín, existe un bar que parece traído directamente de Cuba.

 

Por: Laura Mejía Cardona

 

Allí no solo se escucha y se baila salsa. También se huele, se transpira,  se goza, se coquetea, se menea y se viven los compases de Willy Colón, Héctor Lavoe, Celia Cruz, Buena Vista Social Club, la Fania All-Stars y los de muchos otros salseros. El ambiente pachanguero es el único permitido y el despeluque, después de una sesión de salsa brava, es casi seguro.

 

El Tíbiri Tábara fue fundado un 3 de agosto hace 22 años por Tito Montoya y su esposa Olga. Cuando ellos se divorciaron, la mujer le vendió su parte del bar a Hoover Roldán López, el actual dueño, y más adelante Hoover le compró el resto del bar a Tito Montoya.

 

El establecimiento es pequeño y de techo bajo, tiene un constante olor a humedad, ventiladores de pared dispuestos por todo el lugar y fotografías de los ídolos de la salsa que ponen a gozar de martes a sábado a bailarines profesionales, aficionados y amantes de este género.

 

Jorge Restrepo, uno de los trabajadores del Tíbiri, llegó a sus puertas a los 13 años vendiendo cigarrillos. Hoy, 17 años después, sigue en la entrada del bar dándole la bienvenida a universitarios, extranjeros, parejas y todo aquel que quiera pasar un buen rato al son de la salsa.

 

“Esto acá es como una familia. Puede entrar todo el mundo sin importar cómo se vista o cómo se vea; mejor dicho el que quiera bailar salsa es bienvenido. El único reglamento es que, sin importar la edad, se debe mostrar documento de identidad en la entrada”, comenta Jorge Restrepo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                          Jorge Restrepo es el segundo empleado que más tiempo lleva trabajando y gozando la salsa en el Tíbiri Tábara.

 

 

El grupo de trabajadores conformado por Sebastián, Carolina, Jorge, Iván, Johan, Juan, Luisa y Hoover también se deja contagiar por las congas, los timbales, los trombones y las claves, pues no es raro verlos bailar una que otra canción con los asistentes al Tíbiri.

 

A las 10:00 de la noche se empieza a llenar el bar. Las personas descienden por las escaleras y se sientan alrededor de alguna de las mesitas con forma de barril, desde donde puedan tener vista completa al espectáculo de la salsa que se vive allí, porque si usted no va a bailar, puede ver y disfrutar del meneo de caderas, la ondulación de los brazos y la velocidad de las piernas que destilan sabor y alegría.

 

Juan Felipe Echeverry y Natalia Peláez, una pareja que visita el Tíbiri por segunda vez, ahora como espectadores pues aseguran que le primera vez que fueron bailaron hasta el cansancio, rescatan el ambiente que se genera allí por el ánimo de la gente para bailar. “El Tíbiri lleva muchos años en Medellín y es famoso porque las personas bailan muy bien y a pesar de ser un lugar pequeño es muy amañador”, dice Natalia.

 

Otro aspecto que resalta Juan Felipe, es el respeto de las personas porque según dice él “un hombre o una mujer pueden sacar a  bailar a cualquier persona, así haya asistido con pareja y como el objetivo es ir a bailar, no hay problema con eso. De hecho nos tocó ver la otra vez que vinimos que un hombre sacó como a 10 mujeres y con la última tuvo tanta química que bailaron toda la noche”.

 

Y es que en el Tíbiri no solo se goza, sus paredes sudorosas han visto amores que se forjan al mejor estilo cubano.

 

Martha Lucía Vargas y Julián Alberto Suarez, son una pareja que se conoció por casualidades de la vida bailando en el Tíbiri. En esa época Martha había acabado de terminar una relación amorosa y su hija mayor la vio tan deprimida que la llevó a bailar salsa. Allí conoció a Julián que quedó flechado con ella y desde eso están juntos.

 

Sin embargo al Tíbiri van más que parejas. El público joven es una constante dentro del bar, pues universitarios amantes de la salsa son los que lo mantienen vivo. “Para que el Tíbiri se acabe, tienen que cerrar todas las universidades” dice Hoover Roldán.

 

Edwin Gutiérrez, David Restrepo, Sebastián Montoya y Jonathan Cruz, son estudiantes de biología de la Universidad de Antioquia que fueron al Tíbiri el domingo 7 de junio, después de la derrota del Deportivo Independiente Medellín contra el Deportivo Cali en la final del fútbol colombiano, para levantar el ánimo y alegrar los corazones. “Lo mejor del Tíbiri es que sea como sea uno pasa bueno”, asegura Sebastián Montoya.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                             “Nosotros venimos más o menos una vez al mes a gozarnos la salsa”. Afirma David Restrepo.

 

 

Aníbal Díaz, otra de las personas que asiste al bar con regularidad, es un hombre de aproximadamente 1.65 metros de estatura, delgado, con gafas de marco negro y grueso, bigote tupido, una boina beige y una sonrisa despoblada, pero amplia y sincera, que cada ocho días tiene una cita con el Tíbiri. Sus pasos de baile no son los más prodigiosos ni fluidos, pero eso no le impide sacar a bailar a todas las mujeres del bar.

 

La salsa sin lugar a dudas es el motor principal para ir al bar y es que cuando se ingresa a ese misterioso lugar, es imposible no quedar cautivado por su energía. Su suelo ha sido bailado por personas reconocidas como Héctor Abad Faciolince, Aníbal Gaviria, Yamid Palacios y Juan José Hoyos.

 

La noche en el Tíbiri se consume y los olores se alborotan. Las cervezas y los ventiladores no son suficientes para refrescar el calor de los cuerpos que bailan los compases rabiosos de Tito puente, Cheo Feliciano, Joe Cuba y los Van Van. El bar está condenado a ser eterno como la salsa y como dice la letra de la canción del grupo Sierra Maestra, que se llama igual al establecimiento: “Como se goza en la Habana, baila la cubana (…) Nos vamos con el tíbiri y con el tábara”.

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