Dice Wilson Torres:
“Yo no escogí la danza, la danza me escogió a mí”

“Yo no pedí ser bailarín y nunca en mi vida pensé serlo; yo quería ser otra cosa. Sin embargo,en este
momento de mi vida no me concibo sin la danza”, dice Wilson Torres Machado.
Por: Laura Mejía Cardona
Wilson Andrés Torres Machado es un bailarín de danza contemporánea de 30 años, que actualmente cursa el séptimo semestre del pregrado de Licenciatura en Danza en la Universidad de Antioquia. Su piel morena contrasta con la generosa sonrisa que proyectan sus labios cuando habla acerca de su recorrido en la danza y a pesar de descargar su brazo izquierdo en un cabestrillo debido a una ruptura de ligamento en su hombro, su caminar es erguido y sus movimientos fluidos y elegantes.
Comenzó a bailar a los 20 años por lo que se podría llamar cuestiones del destino, casualidades de la vida, fuerza de atracción, confabulación del universo o como se le quiera decir. Para ese entonces estaba trabajando y haciendo una tecnología en administración; y entre sus planes a futuro estaba estudiar medicina.
En unas vacaciones del trabajo y de la institución fue a visitar a una tía, y su primo que necesitaba ir a recoger las notas escolares, le pidió el favor de que fuera por ellas. Allí se encontró con uno de sus profesores del colegio y en medio de la charla llegó una amiga del docente que le comentó que esa noche tendría una audición de danza en la fundación Colombia Danza ubicada en Bello, Antioquia.
“Yo no había bailado nunca antes en mi vida. Me gustaba salir de rumba, observaba a la gente bailar y copiaba sus movimientos porque he tenido muy buena memoria fotográfica. Sin embargo decidí presentarme porque era muy tímido y me costaba trabajo socializar, además quería conocer gente y eso fue en un principio lo que me motivó”.
La audición comenzó con bailes folclóricos y a pesar de que no le gustaban mucho se lanzó al ruedo. “Pasé. El instructor me dijo que tenía buen ritmo y que cogía los pasos rápido. También me dijo que todo era un proceso y que me faltaba pulir muchas cosas”. Los ensayos eran de lunes a lunes y entre las clases que recibía estaban folclor, capoeira, danza contemporánea y eficiencia física.
En una clase de danza contemporánea el profesor les puso a interpretar a través del movimiento una frase. Wilson eligió la vida después de la muerte y a pesar de no saber mucho sobre el asunto se aventuró a hacerlo, pues asevera que aunque era tímido, era arriesgado así hiciera el ridículo. En efecto lo que hizo no fue muy bueno y su profesor, que él lo describe como un ser completamente petulante y arrogante, le dijo: “tengo una crítica tan tesa para vos: sos tan malo y tenés tan poca creatividad. Pegate al proceso si podés”.
Torres tomó esa crítica como un reto así que llegó a su casa y a pesar de que su habitación era pequeña, desarmó la cama, puso un espejo en la pared y comenzó a ensayar. Algunos días se la pasaba desde las 8:00 a.m. hasta las 4:00 p.m. escuchando atento la música y reproduciendo movimientos. Aunque en esa época no conocía los términos de la nomenclatura de la danza, los ejecutaba y escribía en un cuaderno.
Y así poco a poco la danza pasó de ser algo alternativo a ser su realidad; empezó a respirar, comer, dormir y soñar la danza. Ya no encontraba alivio fuera de ella y tomó la decisión final de retirarse de sus estudios en administración y de su trabajo para dedicarse de lleno a bailar.
La vida después de la muerte
Fotografía tomada por Juan Carlos Mazo de la obra En los días del Cólera, basada en el libro
El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. Wilson Torres Machado interpretando a Florentino Ariza.
Sin duda Wilson Andrés Torres luego de los 20 años comenzó una vida completamente nueva. Sin embargo dicho paso para convertirse en bailarín no fue fácil ya que vino acompañado de desaprobación y cuestionamiento por parte de quienes lo rodeaban.
“Yo trabajo desde los 14 años y era un sustento en mi hogar así que volver a empezar la vida a los 20 años fue muy difícil y frustrante. Lo poquito que me ganaba lo aportaba en mi casa y todos me decían que era un inútil y que la danza no me iba a dar para vivir”.
En su primer trabajo como solista para la inauguración de los alumbrados de Bello, invitó a sus familiares para que lo vieran, pues para él era un logro llegar a ser solista tan solo dos años después de haber empezado a bailar, sin embargo nadie asistió.
Adicional al descontento de su familia, la situación económica en su hogar se comenzó a volver tan complicada que Wilson tuvo que retirarse de la danza por un tiempo para poder trabajar, sin embargo se dio cuenta de que su vida sin la danza no era lo que se podría llamar precisamente vida.
“Entré en un estado de depresión. No comía, no dormía, sentía que me estaba muriendo, que me faltaba algo. Cuando bailaba me sentía vivo de nuevo, sentía que ese era mi camino, que ese era realmente yo”.
La aprobación de su familia fue luego de aproximadamente cuatro años, en los que Torres Machado entró a estudiar a la Universidad de Antioquia y a trabajar como profesor de danza. Fue en ese momento cuando empezaron a ver que de la danza se puede vivir cómodamente y ahora lo respetan a él y respetan su arte.
Su círculo social también sufrió cambios ya que sus amigos antes eran parranderos y bohemios, cuestiones que para él como bailarín debían quedarse a un lado y en cuanto a los estereotipos que se tiene de hombres bailarines referidos a la homosexualidad, es algo que según dice Torres Machado: “me tiene sin cuidado. Pienso que las personas no se clasifican conforme las concibe el mundo, así que no le di valor a que pensaran si era o no gay”.
Es evidente que su vida es otra debido a la danza. Cuando describe lo que siente al bailar mueve los ojos en varias direcciones como buscando las palabras para explicarse en el aire. Al final se atreve a decir: “veo la danza como un sueño frágil y sensible. Así me miro cuando bailo, como si estuviera soñando. Realmente ese soy yo, es mi alma, es mostrar lo puro que tiene el ser humano”.
Retos como artista
Cada artista se plantea ciertos propósitos que va a desarrollar a través de su arte. Sea para divertir, para dar a conocer su posición sobre cierto tema, para contar historias, para enseñar, para transmitir emociones, para denunciar, para amar, para soñar… Se valen de su profesión para lograrlo.
Una vez alguien le dijo a Wilson que los artistas son un filtro de los problemas del mundo y es que precisamente son ellos los que se encargan de mostrarle al espectador de maneras mucho más cercanas, algunas realidades que los rodean. Los artistas reflejan el mundo
Pero fuera de esta importante misión, Wilson Andrés tiene el propósito de transmitir y enseñar a través del movimiento. Mostrar que no solo se puede comunicar por medio de la palabra, sino a través de las sensaciones que se generan en el bailarín cuando se mueve para procurar que el otro se contagie de dichos sentimientos.
El proceso de creación del artista es otro de los retos con los que se enfrenta Wilson Torres. Es el momento en el que se explora a través del cuerpo y se generan emociones para lograr resultados que se transmitan al público. Y aunque en un principio le ocasionaba más temor, aprendió a utilizar ese miedo como punto de partida para crear.
“Enseñar era otra de las cosas que me parecía muy difícil, sin embargo soy apasionado y tengo
paciencia entonces lo disfruto y sobre todo respeto el proceso de cada uno”. Asegura Wilson Torres.
En cuanto a la fuerza que tiene la danza contemporánea en Medellín, es una misión de los bailarines que la practican, impulsarla, pues como dice Torres Machado:
“En cualquier parte del mundo ser bailarín es muy difícil, y en especial acá donde todavía falta mucho respeto por el arte. En el caso particular de la danza contemporánea, la gente casi no se acerca a ella por ser tan abstracta, aunque en
este momento hay más personas interesadas en indagarla. El reto de nosotros los bailarines es que la danza coja fuerza acá en Medellín”.
Otras facetas de Wilson Torres
Un enamorado del arte en general, así se podría definir a Wilson Andrés Torres Machado. La danza es el hilo que lo conduce, sin embargo no solo se cultiva bajo esta disciplina. El teatro, el cine y la literatura están presentes de manera activa en su vida, pues manifiesta que “es mentira que el bailarín solo se dedica a bailar y a cultivar el cuerpo. El artista debe ser integral porque el arte en sí refleja lo que sucede en una sociedad”.
Otra de sus pasiones es la pedagogía. En la actualidad dicta clases de danza a personas autistas, invidentes y con síndrome de down; y clases de baby ballet a niñas de 3 años.
“Para mí es un proceso muy bonito porque uno percibe a través de estas personas el proceso de transformación a partir de la danza. En el caso de las clases de baby ballet, es algo que disfruto mucho porque me vuelvo otro niño más y pienso que el artista siempre debe tener un niño dentro porque es él el que juega y crea constantemente”.
Y es justamente enfocado hacia la enseñanza como Wilson Torres Machado proyecta su futuro.
“Quiero ser un buen maestro, no quiero tener academia, pero sí enseñar hasta donde pueda. De pronto ya cuando mi cuerpo no me permita más bailar me gustaría dirigir montajes e incentivar a nuevos bailarines para que encuentren a través de la danza algo para sí mismos así como yo aprendí de ella a socializar, a mirar a la gente a los ojos, a ganar confianza en mí mismo, a tener reconocimiento sobre mis emocione y a dejar morir”.
Pues bien, si algo queda muy claro con la historia de este bailarín, es que la danza llegó a su vida para cambiarla por completo y para no irse jamás. Y si sus planes a futuro se cumplen o no, razón tiene al decir que va a bailar hasta que su cuerpo diga ya no más.

